
Durante más de 25 años de mi vida, trabajé en el Hospital Central de la Policía. Realicé el año de internado previo a mi graduación como médico general y unos años después realicé mi trabajo en la Unidad de Cuidado Intensivo del Hospital. Durante esos años lo que conocí, lo que aprendí, lo que valoré, lo que aprendí a amar, no es hoy lo que hoy nos pretenden hacer ver y creer de los policias, seres corruptos, despiadados, que violan nuestros derechos, y que, esta bien que los acaben. Lo que yo vi, y atendí fue a seres humanos, humildes, como nosotros. Seres humanos sencillos, la gran mayoría hijos de gente humilde, campesinos, los mismos que el actúal gobierno dice debe luchar y proteger. No son hijos de la oligarquía colombiana a la que se pretende destruir. No son hijos de empresarios, ejecutivos, industriales. Mucho menos de narcotraficantes y honorables miembros de la política colombiana. Los que yo atendí eran muchachos jóvenes humildes, sencillos, que tenían un sueño, el de mejorar la condición de sus familias y de progresar, pero sobretodo por luchar, proteger, defender, a la población civil, a nosotros. Defender la seguridad y la justicia de todos nosotros. Sueños que tristemente se veían truncados cuando caían víctimas de la delincuencia común y de la violencia narcoguerrillera. Hace unos días el señor Petro se lamentaba de los campos de concentración donde tenian a los jóvenes delincuentes de El Salvador. Pero jamás se ha referido a los campos de concentración que tenían sus compinches guerrilleros en las selvas colombianas y donde tenían a policías, militares y civiles retenidos. Yo sí vi el dolor y sufrimiento de esos seres humanos, que por míseros sueldos arriesgaban sus vidas por nosotros. Yo vi sus cuerpos heridos, desmembrados, y también viví el dolor de sus muertes. También tuve que acompañar y tratar de consolar a sus familias. Pero que se le puede decir a un padre o madre campesinos humildes que se esforzaron toda su vida para sacar a su hijo adelante. Que se le puede decir a un niño, que jamás va a volver a ver a su padre, que era su guía, su ejemplo, y su futuro. Me duele en el alma ver hoy a esos seres humanos, humillados, postrados, ante la indiferencia de sus altos mandos, de nosotros mismos. Si permitimos que destruyan nuestras fuerzas armadas, las desmoralicen quién nos va a defender. Cuando somos víctimas de la delincuencia, lo que más deseamos es que aparezca un policía, que arriesgue su vida para defendernos. Pero nosotros si los abandonamos. Que hay cosas y pasan cosas malas en nuestras fuerzas armadas, es cierto, nadie lo podrá negar. Pero los que están poniendo el pecho y arriesgando su vida por nosotros, son otros. Hasta cuando llegará nuestra indiferencia ante todos estos hechos. Tendremos que empezar a llorar nuestro propio dolor, el de nuestros padres, nuestros hijos, nuestros familiares, nuestros amigos, para finalmente entender que el problema es con nosotros. Esto no se trata de política, ni de derecha, ni de izquierda. Se trata de nosotros. Reaccionemos.
Diego Severiche Hernandez. Medico Internista. Neumólogo. Intensivista. Especialista en Bioética